miércoles, 8 de septiembre de 2010

El escritor

El escritor se sentó frente a la mesa. Había encendido la chimenea, puesto una varilla de incienso y colocado un CD de música relajante. Así lo hacía siempre que se disponía a escribir algo. En el momento en que una diminuta idea asomaba en su cabeza, preparaba su pequeño ritual y esperaba a que las musas llegasen para ayudarle a hacer el trabajo. Podía escribir sobre la vida cotidiana o sobre mundos lejanos; sobre épocas pasadas, presentes o futuras; pero sus musas siempre llegaban para ayudarle a dar forma a esa idea. Excepto ahora. Llevaba ya varios meses sin escribir nada, ni una pequeña historia, y temía que se le hubiesen acabado las ideas. ¿De qué viviría, si no de sus libros, de sus mundos inventados?

Su editor le llamaba cada semana. Se mostraba amable con él, aunque el escritor sabía que empezaba a ponerse nervioso por la falta de ideas de su escritor más prolífico.
-¿Cómo estás? Relajado ¿verdad? Porque si no te relajas es muy complicado escribir nada, así que relájate ¿vale?-le decía siempre.
-Vale, José, tranquilo. Pronto escribiré algo nuevo, estoy seguro.-respondía siempre el escritor. Y entonces preparaba su ritual y se sentaba frente al escritorio, esperando a las musas. Pero, sin una idea a la que poder dar forma, las musas no aparecían.

El escritor daba paseos por distintos lugares de la ciudad, buscando en ellos la semilla de una idea, pero no la encontraba. Paseó por los parques, entre niños jugando, ancianos sentados en los bancos, y perros corriendo; también paseó por la ciudad, entre coches, ejecutivos con traje y mucha prisa, y turistas paseando de tienda en tienda; incluso llegó a subir al edificio más alto de la ciudad, desde el que había una vista maravillosa. Pero en ninguno de esos sitios encontró inspiración.

Llegó el día en que finalmente se dio por vencido. Había recorrido todos los rincones de la ciudad, los había mirado de mil formas diferentes, pero ni una miserable idea se decidía a anidar en su cabeza. Cuando se dio cuenta de ello, se sentó en la terraza de un bar y se pidió una coca-cola. Pensó que tendría que buscarse otro trabajo, decirle a su editor que ya no escribiría más. No sería tan malo, toda la gente que había a su alrededor parecía feliz. Empezó a fijarse en todas las personas que, como él, estaban sentadas en la terraza. Y entonces, de pronto, cientos de ideas acudieron a su mente. El escritor no podía creerlo: ¡si llevaba semanas buscando ideas por la ciudad! ¿Por qué llegaban ahora, que se había dado por vencido? Las musas le susurraron la respuesta al oído:
-Uno no encuentra la inspiración. La inspiración lo encuentra a uno.

1 comentario:

  1. Me encantó, te la deja picando...y te quedás como pensando que es verdad. Hay cosas que uno no puede encontrar -como el amor, las llaves de la casa, o algo que comer en mi refri XD- y te encuentran a tí...creí que terminaría con una frase que se refiriera a que él mismo había sido quien había escrito su propia historia, acerca de que no conseguía tener inspiración y finalmente en ese vacío encontró lo que necesitaba, la respuesta estaba en sus narices y por fin había logrado comprenderla.
    Hubiera quedado bien así, pero me gustó más como lo terminaste tu :D

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